La Casita del Tejado Rojo

    El sol empieza sus primeros bostezos, sus rayos ya no son tan amarillos, comienzan a aparecer unas tonalidades anaranjadas es como un gran melocotón, y mas allá de la calle donde se junta el horizonte con el el gran manto verde, si mueves esas ramas de la bella jacaranda, podrás ver el tejado rojo de mi hogar.

Mi casita, un lugar donde puse en práctica muchos de los bellos consejos de mis hadas protectoras del hogar; mas que consejos deposité todo mi amor.  

La limpiaba al alba con flores de lavandas, toda mi casita quedaba olorosa pero esos mismos pétalos de lavanda cazaban las miradas  hechiceras de las urracas. Por cada miga de felicidad que ellas lograban atrapar con su pico, la gran zopilota cambiaba sus plumas negras por lindos listones mágicos de amor de un rato.  Y en cada balcón de mi casita rociaba verbena para alegrar a las hadas de la esperanza, con manojos de tréboles la esparcía. Cuando te adentras a mi casita, en el centro se encuentra una mesa grande hecha de cedro, la adorné con un gran jarrón, regalo de mi madre, hecho por las hadas artesanas, lo llené de margaritas blancas, amarillas y violetas; quería que se acercaran con prontitud las hadas de la fertilidad.

    Un día encontré una margarita de color borgoña en la silla de la esquina, pensé que Bianca mi amiga la había dejado allí, ella me la ofrecía por unas cuantas monedas, pero esa margarita tenía la saliva de las urracas, al tocarla con mis dedos absorbía pedazos de ilusión de mi hogar, haciendo que la gran zopilota cambiara su graznido por una dulce y empalagosa voz.

    Mi casita la pinte de tiernos colores pasteles, con brochazos de alegría dibujé en los techos nubes cargadas de comprensión, salpiqué las paredes con el color de deliciosas manzanas con una pizca de canela de la india.  La vestí con cortinas blancas, tejidas con hilos dorados de atardeceres en los valles, donde mi príncipe y yo planeamos nuestra vida juntos, pero las urracas envolvieron un hilo dorado con el negro de sus plumas, y la gran zopilota se pudo vestir de una hermosura dorada ficticia.

    Hice de mi casita de tejado rojo, el hogar casi perfecto para una linda familia, planté y cuidé un jardín hermoso lleno de anémonas, fresas, begonias, campanillas y tulipanes. Sembré en solsticio un roble,  el cual le coloqué columpio. Un domingo en la tarde  llegó a mi casita, la gran zopilota, tan negra y carroñera, acompañada de las urracas, parlanchinas viejas y envidiosas llenas de una maldad de años de destrucción en hogares, la zopilota vestida de una hermosura dorada, su cabello largo negro estaba enlazado con listones mágicos de amor de un rato y con su voz dulce y pegajosa se llevó al que juró defenderme, cuidarme y amarme, extendiendo su plumas negras con el rayo de luz del atardecer, mató, destruyó toda mi linda casita de tejado rojo.

  El que me otorgó mi primer beso de amor, resultó un gran renacuajo negro, baboso y cínico que con su gran inteligencia desviada, engañó, traicionó, burló, y lo más triste mató todo el amor de una linda princesa.       

Las lágrimas derramadas en mi casita  lograron lavar todo hechizo momentáneo hecho por la gran zopilota y urracas. Las hadas del sur se llevaron a la zopilota, ahora ella está rodeada de barrotes hechos por su mismo odio y de mentiras con espigas cargadas de veneno e ilusiones falsas.

Y en medio de la zopilota y el renacuajo negro que una vez fue mi príncipe ha nacido una enredadera llamada... hiedra venenosa.